Por: Carla Vega

Al principio creía que la clínica con mujeres se basaba en expresarle a las pacientes de forma verbal
que este era un espacio seguro
, y con eso ya teníamos la mitad del trabajo hecho. Un espacio seguro
donde las mujeres se sientan cómodas al expresar sus sentires de distintas índoles.
Con el tiempo fui aprendiendo que el espacio seguro se crea, conociendo, observando, escuchando,
acogiendo, analizando el caso a caso, la particularidad de cada paciente para concebir un hecho hasta
ahora desconocido para ellas y para mí. Un lugar donde ellas y yo pudiésemos intentar entendernos.
En el pequeño espacio de mi habitación se ha tornado interesante el trabajar con mujeres que expresan
diversas problemáticas por las que cruzan el día de hoy.
Se ha tornado complejo llegar y solo expresar
unas líneas respecto a lo que es la clínica con mujeres por el hecho de que no puedo dejar de lado
esas tan distintas escuchas, mandatos, experiencias vividas, que por lo general rondan la violencia
sexual, violaciones, acoso, complejidades en el ámbito familiar, de cómo se cría a un hije, de si lo
estaré haciendo bien, y por, sobre todo, el tema con las maternidades, y la madre propia.
Uno de los casos que más dudas me generó fue el caso de una paciente en particular, donde me di cuenta de que me era difícil abordarlo porque sentía que lo óptimo para
nuestras sesiones era centrarme en alguno de los diagnosticos o situaciones «traumáticas» con las que llegába para poder entender qué pasaba por su
cabeza; cómo llegó a vivir estas tantas experiencias a su corta edad. Sin embargo, me estaba
equivocando. No veía lo principal: acoger su sentir. Todo lo que me dijo en algún momento, yo lo
intentaba asociar a estas distintas problemáticas que ella me comentaba, pero estaba dejando de lado
que me estaba expresando su emocionalidad y yo no la dejaba entrar; cómo significaba ella todas
estas experiencias y por, sobre todo, la preocupación excesiva de su madre ante estas situaciones, lo
que la agobiaba profundamente. Entendí que empecé a manejarme de una forma similar a su madre.
Cómo la abordo, qué puedo hacer yo, qué puede estar en mis manos para entenderte, era lo que me
repetía día a día. Luego fui entendiendo que mi trabajo no era intentar entenderla, sino acogerla, poder
abrir preguntas respecto a su sentir. Ella me abrió a mí.
Me dejó un pdf de un escrito que ella hizo
respecto a lo que estaba sintiendo, sin siquiera yo pedírselo, y ahí me di cuenta de que ella estaba
intentando hacer todo lo posible para que yo pudiera trabajar de otra forma, y, a su vez, salió la
paciente en la última sesión.
Hubo varias instancias en mi practica de conocer a diversas mujeres. Por motivos que desconozco
varias se fueron durante este tiempo, pero le puedo sacar provecho a esta situación. Conocí varias
historias.

Con todo esto, ya hablada la particularidad de cada caso y mi sentir al respecto, puedo distenderme
fácilmente para expresar qué siento cuando se habla de la clínica con mujeres. Siento que hay algo
político y social demasiado imperativo que termina apareciendo en las experiencias personales y
particulares de cada paciente.
Cada experiencia es distinta, lo sé. Pero las relaciones sociales,
familiares y personales -respecto al cuerpo de cada una, más reducidamente- se bordean respecto a
varios mandatos impuestos. Varias creencias que generación tras generación han hecho lo suyo. Sobre
el cuerpo; sobre cómo las mujeres deben asumir responsabilidades que los hombres no; sobre el
silencio familiar ante los abusos y distintas violencias y agresiones hacia las mujeres. Sobre la
justificación de distintos patrones que las mujeres terminan culpándose por tenerlos, entre otras.
La clínica con mujeres implica un trabajo arduo de trenzar, de indagar, de la infancia, de la madre,
del padre, de las relaciones amorosas y de la maternidad; ha sido una experiencia enriquecedora poder
conectarme con ellas al punto que me dicen que sienten que la terapia les está sirviendo para sanar
dolores y angustias, y, por sobre todo, ver los avances respecto a sus casos.
Niña atada, niña estragada, niña consciente, niña inconsciente; mujer, darse cuenta; mujer, tirar la
toalla; mujer, con miedo y culpas; culpas por no poder confiar en los demás; culpas por no poder
hacerlo mejor; por no ser lo suficiente para el Otro; por sabotearse a sí misma.
Mujer con culpas
respecto a su relación con su madre; respecto a la relación contigo misma ¿Lo estaré haciendo bien?
Quiero que ya no me vean como un objeto sexual; quiero conectarme con mi madre porque me lo
debo; debo seguir manteniendo relaciones por cortesía con personas que me pasaron a llevar; no
quiero hablarle a mi papá, ese que no paga la pensión y se fue con su amante y nos abandonó. No
puedo y no quiero pensar en matarme, porque necesito cuidar de mi papá, es el rol que se le pone a
la mujer, al fin y al cabo, cuidar de les otres, hacerse cargo ¿Está bien hacerse cargo?, depende.
No me gusta mi cuerpo, no me gusta lo que veo cuando me veo en el espejo; como mucho, como
poco; debo controlar cuánto como. Soy la que tuvo bulimia y soy la que tuvo anorexia; soy la que
tiene dismorfia corporal y soy la que no se gusta, la que fue mamá y le cambió el cuerpo; la que tiene
sexo sin querer tenerlo; la que está para los demás, pero no para mí. Soy todas, soy los relatos, y soy
su proyección. Pero también soy Carla, antes de psicóloga para otres, soy mujer, una mujer con
problemas con su peso, discrepancias con mis amistades, familia o pareja; soy la dócil y la que grita;
la que grita por otras, y la que grita por ella.


*Mujer y Palabra se reserva el derecho de edición

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