¿Qué es la clínica con mujeres? Por Emilia Larraechea
Para mí la clínica con mujeres identificandome también como mujer en un mundo atravesado por el patriarcado, implica en primer lugar, una escucha desde el reconocimiento de cierta posición. Las historias que surgen en el espacio clínico serán siempre singulares; sin embargo, también se vinculan con fibras propias y de las de un sinfín de mujeres que han visto moldeadas sus vidas por el hecho de habitar cuerpos que se han inscrito desde una subalternidad. El reconocimiento de este hecho fundamental, tiene diversas implicaciones tanto para la relación paciente-analista como para la teoría y práctica psicoanalítica que se propone una perspectiva de género. En un ámbito teórico me hicieron mucho sentido los planteamientos de Ana María Fernández acerca de la importancia de estar advertidas para que la escucha de la violencia no sea desde una sospecha o desmentida.
Al respecto, uno de los aspectos que más rescato acerca de los espacios compartidos de mujeres reflexionando sobre su propia clínica con mujeres es la aparición de una ética. Una ética en el sentido del reconocimiento de una profunda responsabilidad al momento de trabajar con las pacientes que surge y tiene efectos en lo colectivo. He podido compartir en espacios con mujeres que están constantemente pensando acerca de sus propias prácticas, en su propia escucha teniendo siempre en consideración el estar advertidas para no reproducir la violencia. De esta manera, se pone en común lo que nos pasa con los casos, y no por el mero ejercicio intelectual/analítico, sino que siempre teniendo presente el no ceder a la crueldad, a la desmentida y a la legitimación de la violencia. Creo que tiene que ver con tomarse en serio nuestro rol en la clínica y, mediante diversas lecturas y espacios de supervisión buscar trabajar en una escucha que no juzgue, anticipe o ignore sino que permita otorgar un lugar a las violencias vividas sin ser arrastradas por ellas. Sin perpetuarlas o continuar con su curso, siendo una especie de dique en esta corriente arrasadora.
Sobre esta idea reflexionamos en el encuentro del 25 de noviembre, espacio en el que las integrantes de la fundación señalaron que, como analistas, no podemos situarnos desde el desconocimiento, sino desde la puntuación del horror. Valoro enormemente aquel espacio de conversación, que me parece representa muy bien la ética que venía mencionando con el hecho mismo de que para el Día de la Violencia de Género se propicie y promueva un espacio para pensar acerca de la violencia clínica y nuestro lugar en esta.
Siguiendo con la reflexión acerca de la clínica con mujeres, me parece que muchas veces la decisión por ser atendida por una mujer es porque se intuye y se espera un espacio en el que el relato ahí desplegado pueda ser acogido desde cierto lugar. Una escucha que reconozca, en la que se comparta un lenguaje, para no sentir que se le habla a un extraño sino a alguien que te recibe con hospitalidad. Esta expectativa me parece que tiene que ver con la búsqueda de un espacio en que la violencia pueda ser nombrada como tal sin entrar en lógicas de psicologización y revictimización. Así, a quien una le habla, determina profundamente lo que se dice, tal como plantea Judith Butler, quien señala que, para dar cuenta de sí misma, siempre hay un otro, un “tú” al cual se le habla. Esta noción, es también abordada por Davoine y Gaudilliere, quienes señalan que frente a las vivencias traumáticas suele estar la pregunta a la analista de ¿Quién es usted? ya que aquellas vivencias no se cuentan sino a alguien que pueda entenderlas. Estos planteamientos nos vuelven a interpelar en nuestro rol clínico y también recordar la imposibilidad de la neutralidad en la escucha de la violencia.
En este sentido, me parece que si hay algo que caracteriza la clínica con mujeres tiene que ver con la noción de que hay algo que se comparte, lo cual muchas veces permite el despliegue de la palabra. Aún así, creo que el mero identificarse con un mismo género no asegura la hospitalidad del dispositivo, así como el hecho de ser mujer no implica que se conozcan las consecuencias singulares de la vivencia de la violencia. Existen una multiplicidad de otras dimensiones en juego, como lo son la raza, la clase, la identidad, orientación de género, y un sin fín de otros elementos que convierten cada experiencia en algo único. Y una verdadera hospitalidad estará también en escuchar aquel padecer particular, sin aplastar la diferencia con lo que se asume o considera mejor para la paciente. Es por esto, que la hospitalidad entendida como el lugar del pensamiento, como la otorgación de un lugar en el que pueda circular el pensamiento, es algo que debe estar constantemente trabajándose mediante la creación de espacios. Espacios en los que se pueda compartir aquello que nos pasa con la escucha, ya que como señaló Marta Bardelli, escuchar la violencia, el horror, tiene consecuencias en nuestros vínculos, en nuestra sexualidad, en nuestras noches y es necesario que todo ello pueda inscribirse en algún lugar. Pero ese debe ser otro lugar, para no invadir y silenciar el espacio de nuestras pacientes.
En conclusión, la clínica con mujeres emerge como un espacio cargado de responsabilidad, ética y la necesidad de una escucha que pueda acoger la particularidad de cada relato. Identificarse como mujer en este contexto no garantiza por sí solo la hospitalidad del dispositivo, por lo que la construcción de espacios que fomenten la reflexión compartida, la puesta en común de lo que nos pasa con la escucha y la constante revisión de nuestro rol clínico se erigen como pilares fundamentales. Solo así podremos resistir a la violencia, no ser sus cómplices, y tal como plantea Ana María Fernandez, trabajar por una clínica de la crueldad sin coartadas.