¿Qué es la clínica con mujeres? Por Elena Carrasco
Durante mi ejercicio clínico he tenido la oportunidad de aprender de la mano con grandes profesionales que generosamente han compartido conmigo sus experiencias y conocimientos. He escuchado muchas veces a psicólogas diciendo que la clínica es muy solitaria, pero mi experiencia en Mujer y Palabra se ha sentido como un proceso profundamente acompañado. Hemos creado redes en conjunto que hacen que esa soledad sea menos sentida y dolorosa, pues creo que el hacer clínica psicoanalítica con perspectiva de género por y para mujeres no solamente es eso, sino que también existen una serie de dispositivos, redes, colectivos y reflexiones en conjunto que la sostienen. Nuestros aprendizajes se sustentan sobre la base de muchas psicólogas y pacientes que contribuyeron a que hoy podamos crear espacios como estos, les debemos a nuestras generaciones precedentes y su incansable resistencia y rebeldía el poder hoy acompañar y sentarnos a reflexionar, dándole un espacio a lo no dicho.
El psiquismo de las mujeres ha sido históricamente avasallado, acallado, desubjetivado, cosificado, aplastado y, sobre todo, ignorado. De manera que, hacer clínica con mujeres lleva consigo la tarea de preguntarnos por aquello que ni siquiera estaba anteriormente planteado, hemos tenido que utilizar todo tipo de técnicas para poder hacer uso de la palabra y elaborar lo que históricamente no se ha inscrito, lo difuso, lo perdido. Hemos tenido que hacer emerger el deseo de mujeres que ni siquiera sabían que podían desear o que vivían su deseo como algo indigno, relegado, inalcanzable e incluso inexistente. Hemos tenido que aprender a contener angustias, miedos, silencios, injusticias, opresiones, frustraciones y culpabilidades desde cero, desde nuestras propias teorizaciones, preguntas, hipótesis, experiencia clínica y personal, pues no existían, hasta hace muy poco tiempo, espacios donde darles lugar a estas cuestiones, las mujeres no importábamos sino como objetos para satisfacer.
El espacio clínico psicoanalítico con mujeres ha sido para mi la reivindicación de aquello que allá afuera no se puede decir en voz alta, es oponer resistencia ante un mundo violento y carente de consciencia con armas poderosas: palabras, vínculos, movimientos, gestualidades, lágrimas, enojos, vacíos, apariciones, aperturas, producciones, enredos y desenredos. Es por esto por lo que he sostenido por mucho tiempo que dos de mis herramientas profesionales y personales han sido la ternura y la rabia: otorgar la más suave caricia siendo testigo y acompañante como modo de protesta frente a una sociedad indolente que ha perpetuado el dolor y utilizar la rabia como catalizador de aquellos movimientos que no se han podido llevar a cabo. Trabajar con mujeres y sus historias me han permitido seguir sosteniendo estas herramientas y materializarlas en la clínica, ponerlas en acción como dijeron Davoine y Gaudilliere posicionándome como la segunda en la lucha en el lugar de coinvestigadora.
Siempre se ha dicho que la realidad sobrepasa con creces a la teoría, y es cierto, pero lo es más aún cuando las pacientes llegan contando las atrocidades de las que han sido víctimas y sobrevivientes. En la clínica no hay nada escrito, no hay generalidades, no hay certezas, hay dos personas intentando encontrarse la una con la otra, dejándose agitar por este encuentro recorriendo los más oscuros y sinuosos caminos que, por cierto, no saben donde llevan. Es posicionarse y darle lugar a lo que afuera no cobra sentido alguno, intentar poner de pie construcciones con barro y destruir lo que estaba dado por hecho de antemano con las propias manos. Es ofrecer un espacio digno y respetuoso e invitar a detener cuando el reloj pareciera que corre tan rápido que no hay medida temporal existente para describirlo, y arremeter contra todas las ansiedades del mundo contemporáneo, que exigen deshumanizarnos y adaptarnos. Es desafiarse a sí misma, tanto en la posición de analista como de paciente y aceptar que equivocarse e incomodarse es parte del proceso. Es cuestionar todo aquello que ya estaba establecido y buscar de maneras muy curiosas formas de intervenir, pues todo lo que está escrito deja de tener sentido cuando tenemos al frente subjetividades tan particulares y diferentes entre sí.
Tal como a veces dejo aparecer mi subjetividad en las sesiones cuando es necesario, aparecen las de mis pacientes en momentos de mi vida en los cuales me acuerdo de ellas, pienso en sus historias y me quedan dando vueltas en la cabeza retazos de su dolor, me acuerdo de ellas cuando estoy marchando por mis derechos, por los suyos, por los nuestros, o cuando hago escritos como estos con un profundo agradecimiento por su generosidad y confianza al dejarme acompañarlas y producirme como analista y como persona. Pienso en ellas cuando aplico en mi vida personal algo que ellas me enseñaron y dieron apertura a mi mente en cuestiones que jamás hubiera imaginado siquiera entender. Y también cuando me permito sostener mis propios procesos, espacios y tiempos. He sido afortunada al poder aprender de otras mujeres, de otras psicólogas y de mis pacientes.
Infinitas gracias, por tanto.