Mujeres que no quieren
parecerse a sus madres
Fernanda López Arenas
En la clínica con mujeres comúnmente se escucha como la madre influye en la vida psíquica de cada una. La marca de lo materno no deja exento a nadie independiente de su género, etnia o identidad; pero es necesario distinguir los conflictos particulares de las hijas con sus madres.
“Yo no quiero parecerme a mi mamá”, frase que se repite en la mayoría de las pacientes que escucho. Cuando trato de indagar en aquello, generalmente se presenta la niña que fue arrasada por un desbordamiento emocional de su madre. Desbordamiento que respondía a un cúmulo de frustraciones, hostilidades, penas, rabias que fueron descargadas furiosamente en sus hijas. Hijas que siendo niñas perciben estos actos con temor, ansiedad, incertidumbre porque muchas veces no hay nadie que otorgue un lugar de palabras tanto para la furia materna como para lo que siente la pequeña.
Estas mujeres crecen sintiendo recelo hacia sus madres, tratando una y otra vez distanciarse de esta historia. Procuran no actuar a partir de la emoción, de no comportarse como una “bruja” o una “histérica” para no dañar a los otros como fueron dañadas ellas mismas, pero también para se queden con ellas y que no salgan huyendo. Quieren no parecerse a sus madres, sin embargo, terminan repitiendo lo mismo que ellas. Ahora la pregunta es: si son conscientes de esto, ¿por qué lo repiten?
La solución no parece ir por la sofocación de las emociones, ¿y por qué pensamos en que es algo que -nosotras- tenemos que solucionar? Antes de pensar en alguna forma de lidiar con esto, quizás sea menester dar(se) un espacio al sentir de cada una.
Ante esto, me surgen preguntas: ¿Es posible dar(se) un lugar para la emocionalidad sin arrasar con el otro? Ó¿por qué este fenómeno se presenta tan reiterativamente entre madres e hijas? ¿Podríamos pensar que también responde a algo sintomático que se trasmite de generación a generación?
Si le damos una vuelta, podríamos pensar que históricamente el lugar que ha sido relegado para las mujeres dentro de la cultura se ha enfocado en labores concernientes al cuidado: cuidado del hogar, cuidado de enfermos, cuidado de los niños propios y ajenos, limpiar, cocinar, etc.
Cuidado según la Real Academia Española presenta tres definiciones que si leemos con detención puede advertir todo lo que implica:1. Solicitud y atención para hacer bien algo2. Acción de cuidar (asistir, guardar, conservar)3. Recelo, preocupación, temor
En el fondo, el cuidado refiere a la idea de conservar la integridad del otro o de otros, que estén “bien”, pero también supone que la persona que cuida deba estar constantemente preocupada, temerosa y desconfiada de que al que cuida nada lo perturbe y poder facilitarle un ambiente donde pueda desarrollarse de manera óptima.
Si pensamos la carga psíquica que significa para una persona estar continuamente -sin pausas- encargada de velar por el bien de su casa, de sus hijos, de su marido; es una labor que se hace complicadísima de sostener por un largo tiempo. Más aún, si es que la madre llega a fallar, se le apunta con el dedo, se le recrimina porque según un dicho popular “mujer precavida vale por mil”.
Estar alerta constantemente supone un estrés insostenible sumado al imperativo social de tener que ser una buena madre, presente siempre.
¿Cómo esta mujer va a poder cuidar de sí misma? ¿le queda mente, tiempo y espacios para hacerlo? ¿Quién cuida a esta madre?
Es un acto de justicia lograr dimensionar que si esta mujer, sólo por ser madre ya no tiene espacio para sí misma, no tiene un lugar para sentir, pensar, desear: ¿cómo podrá transitar sus frustraciones, penas y amores?. ¿Cuál es el la única posición de la cual puede apropiarse?, ¿cuál será el único lugar seguro? Lamentablemente, ese lugar queda destinado hacia sus hijos. Estos se vuelven depositarios de este desbordamiento, de esta gota que rebalsa el vaso, de esta gota que exige su lugar, un lugar que se vuelve fuego y arrasa, porque ya no se aguanta más.
Qué fácil es tildar a esta madre de histérica o bruja cuando reclama atención o se queja, cuando en realidad no tiene un espacio donde pueda expresarse. Más triste es aún, que las niñas presientan inconscientemente su destino y cuando mujeres traten de rehuir de este, traten de no parecerse a esta madre que se enoja, que explota, que grita. Cayendo en el mismo círculo de no dar lugar a su sentir, su pesar, su dolor.
¿Habrá que aprender a no parecernos a nuestras madres? O más bien, debemos exigir un lugar legítimo donde más que madres y cuidadoras, podamos simplemente expresarnos en cuanto a la contingencia de nuestro ser. Expresarnos de acuerdo a lo que nos pide el cuerpo, ese cuerpo que a veces se cansa, que quiere sentir placer, que quiere tocar y ser tocado, ese cuerpo que duele, ese cuerpo que cumple ciclos menstruales cada mes, ese cuerpo sangrante y que anida vida.
A ver si podemos ir alternando de vez en cuando, sentirnos niñas cuidadas, mujeres deseantes y madres no-toda madre.
2 comentarios. Dejar nuevo
No hay un lugar en la casa solo para mi, para estar a solas, ni siquiera dentro de mi propia mente y cuanta falta hace, aunque fueran dos dias, sin sentir que estoy abandonando a nadie
Me dio pena leerlo, nadie sabe realmente todo lo que significa ser madre, hasta que lo son.