II Convocatoria para la recepción de escritos Mujer y Palabra: ¿Qué es la clínica con mujeres?
Por Mariana Torres
Puedo decir que trabajar en clínica con mujeres, es una fuga de todo intento de definir a la mujer. Empero, puedo afirmar con certeza que hay puntos que nos unen innegablemente bajo el nombre de mujer. De principio, nuestros relatos portan opresiones, portan silencio, portan expectativas y angustias de no poder cumplir el imperativo de la época, que, en su degradada invitación a gozar, nos ha instalado en una doble explotación (la suma de nuestras labores asalariadas atravesadas por la presencia transversal de nuestras labores invisibilizadas pero esenciales en nuestro lugar como “mujeres”). Sin embargo, de todos estos puntos innegables sigue incluyéndose lo primero que he afirmado: un punto de fuga, un impasse: trabajar con mujeres es trabajar en una constante disputa que no descansa en una mera definición.
Las mujeres, repetida y necesariamente, hemos denunciado la forma en que el sistema de producción capitalista -como orden social- nos explota y nos oprime de manera particular. Aunque cuando hablamos de explotación quizás se reduzca la población -no todas vivimos tal explotación, no todas tenemos deudas, no todas estamos desprovistas de derechos-. No podemos olvidar que a través de las instituciones, dentro de las cuales “La mujer” es una de ellas, articulamos un lugar que reproduce roles que luego sostenemos y nos constituyen como seres hablantes, en cuanto allí somos habladas. A pesar de la inserción de la mujer al ámbito laboral, en la medida en que somos habladas, vale decir, definidamente localizadas, es que seguimos relegadas a las tareas de reproducción patriarcal -cuidar, educar, limpiar, criar, curar, contener, cocinar, lavar, etc; tanto dentro del trabajo asalariado, como fuera de éste existimos a costa de ser desprovistas de nuestro propio deseo.
Sin lugar a dudas, esa historia nos reúne y nos constituye de alguna u otra manera a las mujeres. Cargamos con estos roles, hemos sido nos-otras quienes en cuerpo y mente debemos sacrificarnos y muchas veces someternos. Somos nos-otras quienes le planchamos esa blusa y esa camisa a la patrona, somos nos-otras quienes limpiamos la mayoría de nuestros espacios públicos, somos nos-otras quienes escuchamos y educamos, somos nos-otras quienes aún haciendo todo esto, llegamos a nuestras casas como si no legitimara expresar cansancio y nuestra opresión y constante cobija de la época fuera un imperativo donde existimos tan sólo por añadidura. Lo sorprendente es que para sostener este sistema somos importantes, por lo que al revelarnos hay un gran piso que comprometemos, vale decir: allí donde nuestros cuerpos sostienen un punto medular de la época, es que en su sostenimiento lo podemos boicotear, a saber, comprometemos consecuencias que tachan al Gran Otro con un nos-otras. Las mujeres ya nos hemos rebelado muchas veces a lo largo de la historia, y esto sólo ha sido posible porque nos fugamos de lo establecido, porque nuestro lugar demuestra que No-todo es goce fálico.
Ahora bien, quiero sostener esta idea de que la mujer “no existe”. Trabajar con mujeres es trabajar con humanas que se resisten a este orden social, más allá de cuán racionalizadas estén las demandas reivindicativas, nos resistimos a la significación del capitalismo patriarcal como ideología. Muchas veces los malestares no permiten pensar bien en la pelea que se está dando y sin embargo la pelea se da de todas formas. Porque “las mujeres” no son sólo oprimidas, sino que abren espacio a algo que no existe, a que “algo” imposible pase.
La mujer es un “no todo”, es un abrir constante, ese el punto de fuga que permite pensar más allá de lo dicho, es posibilidad de pensar algo nuevo. Según Zupancic, A. (2020):
No es que las mujeres no sean totalmente reconocidas por lo simbólico o que sean oprimidas por él. No. Para comenzar, las mujeres son sujetos que cuestionan lo simbólico; las mujeres son las que, por su propio posicionamiento, no “reconocen” completamente su orden, quienes no dejan de señalizar su dimensión negativa, no-completamente-ahí. Esto es lo que las hace mujeres, y no simplemente la ausencia empírica de un órgano. Esta es su fuerza, pero también la razón de su represión social, la razón por la que ellas “necesitan ser gestionadas” o “puestas en su lugar».
Rescatando la frase freudiana: el hombre no es solo mucho menos libre de lo que cree, sino también mucho más libre de lo que sabe, podemos afirmar con mayor fuerza: la mujer (en el lugar no-completamente-ahí) no es solo mucho menos libre de lo que cree (es oprimida por el imperativo patriarcal), sino también mucho más libre de lo que sabe (en tanto reconoce aquel lugar y el peso que acarrea, es que puede transformar sus coordenadas atravesando el punto de fuga no-todo).
Es aquí donde nos es sustancial volver por la pregunta de la clínica. Muchas historias están marcadas por la imposibilidad de poder cumplir con las exigencias de ser mujer y, a pesar de que las pacientes portan un cuestionamiento a lo que entienden por ello y desprenden malestares que incluso conscientemente subrayan como su no-encaje en la realidad, hay un malestar rumiante que en su propio reproche omiten atravesar, tal reproche resulta ser hacia el Gran Otro, omiten desplegarse fuera de su lugar de víctimas de lo que (incluso) conscientemente se aquejan. Esto es: la dependencia al patriarcado se ve inamovible en la medida en que allí la mujer encuentra migajas de garantía yoica para subsistir. Es allí, a partir de este lugar subrogado a la época patriarcal, que podemos pensar -entre dos (analista-analizante)- la radicalización de aquel cuestionamiento propio de la mujer inexistente acarreando sus consecuencias.
La clínica con mujeres es un trabajo amoroso y revolucionario pues en la exposición de la relación con el otro, la ética del nos-otros devela las fisuras de una época y su posibilidad de pensar más allá de lo posible desde el sostenimiento de otredades que exceden al Gran Otro patriarcado.